Hoy es

Pepe López Roca

La década de los sesenta fue un tiempo de éxodo para muchos vecinos que se vieron obligados a abandonar el pueblo en el que habían nacido para  buscar empleos industriales o de servicios, normalmente mejor pagados.
Así ocurrió hasta que la industria del mueble se convirtió en un fenómeno que invirtió un problema generalizado en todos los pueblos de la comarca, llegando a crear más de 1500 puestos directos de trabajo (algo que ya conté  aquí).
Estos almoradidenses ausentes están repartidos por toda la geografía, aunque una gran parte reside en Alicante, y son un grupo de personas, ahora jubiladas, que normalmente tienen ya su familia y su vida lejos de aquí, pero que en ningún caso olvidan sus raíces.

Si cuento todo esto, a modo de introducción, es porque son muchos los mensajes que agradecen la existencia de éste blog, aún más en la distancia, y que me animan a continuar actualizándolo.

Los correos los considero personales, y por lo tanto, no suelo publicarlos, pero el hijo de José López Roca “el Jacinto” (uno de tantos almoradidenses ausentes, recientemente fallecido) me envió hace unos días su recuerdo y su pequeña historia, y creo sinceramente que sería éste un buen lugar para compartir y conocer algunas pinceladas de su vida, en la que muchos otros se verán reflejados desde la lejanía.


Casado con Mercedes Martínez “la Cañamera” (ya podéis imaginar en que salón celebró su enlace) se marchó a Alicante cuando le surgió la oportunidad de un trabajo como agente de seguros.
Allí ha vivido la mayor parte de su vida y desde allí volvía cada viernes en su Seat 850 cargado con sus cuatro hijos a pasar el fin de semana y a comerse el cocido con pelotas de los abuelos en la calle Ramón y Cajal, hasta que los críos fueron haciéndose  mayores y a no querer “ir al pueblo”.
Aún así no olvidaba sus amigos de la infancia, entre ellos Esteban Parres y Pepe Cartagena con los que solía quedar periódicamente, su Feria, su Semana Santa y su décimo de lotería (el mismo desde hace 40 años).
José López Roca nació en octubre de 1941, su hijo me cuenta que en los últimos años, ya jubilado, había descubierto Internet y que era un asiduo seguidor de éste blog y que incluso compró varios ejemplares de “Memoria Gráfica” para regalar a otros tantos paisanos exiliados.
Su hijo me habla de las cosas que guardaba de su Almoradí, de un calendario de fútbol del 45, de un viejo programa de fiestas…y lo hace con el orgullo de saber que su padre, nuestro paisano, fue sobre todo, una buena persona.
           








Su madre, María Roca Belmonte, en los años 30
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El teléfono en Los Montesinos


La tecnología ha cambiado nuestra forma de comunicarnos tan rápidamente que tendemos a olvidar que no hace tantos años que ni siquiera el teléfono formaba parte de nuestra vida.
A finales de los 50 ya era un hecho en muchos de nuestros hogares, pero no en todos, y por supuesto, no en todos los lugares.
Un ejemplo de ello es la pedanía (entonces) de Los Montesinos.

En 1959 el Alcalde de aquél barrio, José Sánchez Pedraza, se dirigía a la Compañía Nacional Telefónica de España reclamando dicho servicio dado el “espectacular desarrollo en agricultura y construcción llevado a cabo en los últimos años en el poblado”.
Imaginarse el perjuicio que se originaba al vivir a 15 km. de la capitalidad sin comunicación telefónica ni telegráfica con el exterior.
La súplica, respaldada desde la Alcaldía de Almoradí alegaba que “no se podía vivir como en años anteriores en un barrio de más de dos mil habitantes sin comunicaciones modernas”.
Con la nueva década, los sesenta, llegó por fin el teléfono a Los Montesinos.
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Censura de libros




El delegado local de Información y Turismo, el censor del pueblo, no solo se encargaba de revisar toda la filmografía que se proyectaba en nuestros cines y asegurarse de “la moral y las buenas costumbres”, como ya expliqué aquí:
http://almoradi1829.blogspot.com/2009/10/la-censura.html


Además recibía una notificación con los libros prohibidos mensualmente.


Como muestra un botón: éste es el listado de los que se prohibieron en diciembre de 1961 (no incluyo los “importados” porque la relación es enorme).
Tendemos a creer que esto ya no pasaba en los sesenta, y mucho menos en Almoradí, pero ya veis que era de lo más habitual.


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Lorenzo Santamaria en Almoradí


El domingo 1 de agosto de 1976 actuaba en la verbena de la juventud, junto a Los Umal y Averxion Show, el gran Lorenzo Santamaria, todo un mito por aquella época. ¿Alguien lo recuerda?


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Ana y Johny en Almoradí

El domingo, 30 de julio de 1978, en la "Verbena de la Juventud" actuaban junto a Los Rayos y Los Umal la gran sensación del momento: Ana y Johny, pioneros del pop erótico español, con el gran tema del momento: Yo también necesito amar. Seguro que mas de uno se acuerda.






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El maestro Manuel Pascual

El 12 de febrero de 1803 se compraba, por Orden Real, un ejemplar del “Arte de escribir por reglas” para uso en las escuelas, de don Torquato Torío, y se pagaba por el ejemplar la cantidad de 72 reales de vellón.

Ser maestro de escuela en el siglo XIX suponía vivir casi en la indigencia, algo que ya expliqué aquí:
http://almoradi1829.blogspot.com/2011/08/mas-hambre-que-un-maestro-escuela.html
Hay un caso, el del maestro Manuel Pascual, que me ha llamado poderosamente la atención, ya que se trata de uno de aquellos personajes que han pasado por nuestro pueblo de manera anónima y que merecen todo nuestro reconocimiento.

Solo una escuela de niños municipal existía antes de los terremotos.
Entonces solo era necesario para ejercer la docencia un certificado de haber sido examinado y aprobado en doctrina cristiana, y un informe de la justicia informando sobre “su vida, costumbres y limpieza de sangre”.

Con esto se presentaban ante un comisario del Ayuntamiento demostrando su pericia en leer, escribir y contar. Solo se enseñaba, y no de manera obligatoria, la lectura y escritura, cuentas y la doctrina cristiana.
Además los padres no tenían ningún interés en que sus hijos estudiaran, en todo caso, les venía bien que tuvieran un lugar donde estar recogidos hasta que pudiesen trabajar. Aunque la primera Constitución, aprobada en 1812, ya definía por primera vez la educación como universal, es decir, para ambos sexos, no aparece ninguna maestra para niñas en Almoradí hasta después de los terremotos, dejándolas apartadas durante varias décadas de ése derecho.
Hasta entonces la única posibilidad era la de ingresar a las niñas en algún convento religioso de Orihuela, al acceso solo de las familias con buena situación económica, donde se les iniciaba en los conocimientos básicos de lectura, doctrina cristiana y labores del hogar.

Durante la primera década del siglo estuvo dirigida por el maestro de primeras letras, además de fraile, Bartolomé Villó.
Le sustituyó el personaje que ahora nos ocupa, don Manuel Pascual en 1812, que fue el Maestro de Instrucción primaria cuando sucedieron los terremotos, y por lo tanto, también fue la persona que continuó la enseñanza con los niños que sobrevivieron al seísmo.
Durante 38 largos años ejerció como maestro y también como Secretario del Ayuntamiento.
En 1868, su viuda Dolores López recibía una pensión de 109 escudos concedida por el Gobernador Civil en “virtud y recompensa de los servicios prestados”, siendo la única vez que se pagó en todo el siglo una pensión de éste tipo.

Como diría el humorista Tip…Santo Barón.
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Primera Olimpiada Escolar

Olimpiadas Escolares del Instituto Nacional de Enseñanza Media, celebradas en el Estadio Sadrián, en 1968

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"! HAY¡ BEN YELON"

Ya os hablé de la censura AQUÍ, pero no puedo dejar de compartir éstos documentos que, para mí, son verdaderas joyas. En ésta ocasión se trata de una de las canciones prohibidas por el Ministerio de Información y Turismo y cuya circular se mandaba al "Censor" local de Almoradí en 1961.

"!HAY¡ BEN YELON" (Danza Árabe)

En Orán hay un Sultán que se llama Ben Yelon
y una tarde de verano prisionera me cojió.
Toda la noche me tuvo sin dejarme descansar
y me enseñó unos cojines, quedando "maravillá".
Fuí la esclava preferida de aquél encantado harén,y el Sultán enamorado siempre me habló de querer

(Estribillo) Hay Ben Yelen, Ben Yelen, ven junto a mí, junto a mí,
y clava esta noche en mi alma todo tu ardor de rumy.
Hay Ben Yelen, Ben Yelen, siempre postrada estaré
y con tus manos y tus besos
poquito a poquito feliz yo seré.
Pasaron pronto los años y la dicha se acabó
porque el Sultán se hizo viejo
y no me hablaba de amor.
Todas las noches me paso sin dejar de recordar
aquellos bellos cojines que fueron mi felicidad.
Fui la esclava desdichada de aquél encantado harén
porque el Sultán me ha jurado
que no me puede querer.
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"Sucesos de Almoradí" en La Verdad


ORIHUELA

«El libro contiene un amplio archivo de las fotos más antiguas de la Vega»

José Antonio Latorre. Escritor

15.08.11 
FERNANDO AMAT
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Labores de monda

Primer premio XII Certamen de Fotografía "Villa de Almoradí"

Imágenes tomadas en la huerta de Las Heredades junto a mi buen amigo Manuel Ramírez López
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Reforma de La Plaza

Plaza en los años 70
El 10 de enero de 1990 se publicaba la siguiente noticia:
Y éste fue el resultado:

De nuevo, veinte años después, vuelve a reformarse.
No voy a incluir fotografías actuales porque no está terminada, y por lo tanto, evitaré hacer una valoración, pero desde luego, tendrían que explicarme muy bien las razones de su reforma para que un simple ciudadano como yo pudiera entenderlas, y además, con el añadido de "la que está cayendo".

 Mas imágenes de La Plaza aquí y aquí 
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La Tata (Premio Accésit XVII Certamen Literario Antonio Sequeros )




Era la primera vez que viajaba sólo, la primera en la que llegaba hasta la Estación sin ninguna compañía.
Su madre nunca se lo habría permitido, pero ahora que había fallecido meses atrás y a punto de cumplir catorce años, su padre le dijo que ya era lo suficientemente mayor. Aunque eso sí, tuvo que aguantar las mismas advertencias de costumbre: “no hables con nadie, sé educado, no te vayas a pasar de estación, fíjate bien en el cartel de Almoradí-Dolores, obedece a la abuela cuando llegues…”


A su llegada, el cochero le esperaba con su reluciente tartana “faetón” é iniciaron un corto paseo hasta la Hacienda. Habían acabado las clases y comenzaban sus ansiadas vacaciones en la huerta, rodeado de sus primos, lejos de Alicante, y bajo la protección de la “tata”.
La “tata” (en realidad, no conocía su nombre) era una “vieja” mujer enlutada que estaba al servicio del Marqués, y que se había encargado del pequeño Lorenzo todos los veranos, desde que nació. Era de la parte de Murcia, y tenía cinco hijos que se fueron casando y dejando vacía la casa, aunque uno de sus nietos, el de su hija mayor, ayudaba en las faenas de la huerta a su marido.

El matrimonio vivía allí mismo, en la planta baja, donde además estaban las cuadras de animales, y un enorme patio central con un pozo.
Con la misma nana que había dormido a sus cinco hijos, y después a sus nietos, la misma cantinela, con el crujir de la misma silla comprada en Bullas, marcando el compás con un suave “golpecico” en el “culico”, el pequeño Lorenzo se había dormido en sus brazos desde que era un bebé, y por eso, era de lo primero que se acordaba cuando llegaba a la finca:
“¡Ea, ea, ay, que gallina tan fea, ea, ea, y como se sube al palo, alo, alo, y como se zarandea!...Ea, ea… “Y la repetía, y repetía, hasta que se quedaba “torraico”.

Tenía la “tata” un hablar muy peculiar, allí las ortigas eran “marranchinchas” y las judías, que por cierto odiaba, “bajocas”.
A las cáscaras les decían “pellorfas” y si te daba un dolor de barriga, en realidad, lo que te estaba dando era un “torsón”.

Él acababa el verano hablando como ella, y siempre escuchaba a su madre, cuando vivía, discutir por aquello: “que si no era bueno que estuviera todo el tiempo con la “Tata” y su nieto, que si acababa hablando como ellos, que si eso no tenía que ser bueno….Pero él era feliz, sin traje y sombrero, corriendo en pantalón corto por la mota del río con el “pichas” (así decía llamarse el nieto de la “tata”) hasta el puente de hierro, volando la “milocha” que el abuelo del “pichas” había hecho con cuatro cañas y un trozo de papel.

Su padre, aunque era Marqués, Diputado y no sé cuantas cosas más, en realidad no sabía ni la mitad que el agüelo del “pichas”. Con él aprendió a distinguir las “caberneras” de los “verderoles”, a saber cuando un melón de agua estaba “pa comérselo” y hasta le enseñó a ayudar a que pariesen las yeguas. 
Curiosamente, tampoco sabía su nombre, era simplemente el “agüelo”.
Las únicas horas del día en las que subía a casa era por la noche, para darle un beso a la abuela, marquesa viuda, y acostarse. No le gustaba aquella casa tan grande, llena de habitaciones, muchas de ellas sin ventanas. Pero abajo todo era distinto.
A un lado de la planta baja estaban las bodegas y lagares, las cuadras de animales, el matadero, y la casa de la “tata” con el horno, algo milagroso del que salían unas tortas de azúcar que siempre estaban crujientes.

Los sábados el cochero preparaba el faetón al que enganchaba dos caballos y
daban una vuelta por el bullicioso mercado del pueblo y lo mismo hacían los
domingos, cuando toda la familia, incluido su padre que bajaba de Alicante a pasar el fin de semana, acudían a la Iglesia.
Muchas veces, el señor cura se volvía con ellos para comer, era el día de la semana que tocaba ir bien vestido y portarse con toda educación, como le habían enseñado. Nada que ver con las comidas de la “tata”, donde ni siquiera rezaban para dar gracias.
A pesar de que la casa siempre estaba llena de gente importante, él siempre se iba en busca del “agüelo” y del “pichas”.

El pobre “zagal” no conocía la escuela ni mucho menos las vacaciones y se pasaba el día detrás de su abuelo, haciendo lo que le mandaban.
Limpiaba los animales, sacaba agua del pozo, preparaba las barricas para el vino, siempre había algo que hacer en aquella finca tan grande. Y eso que estaba lisiado de una pierna, y andaba renqueando desde bien pequeño. Su abuelo se lo llevó al pueblo, tendría cuatro ó cinco años, a la salida de la carretera de Novelda, donde la herrería.

Allí estuvo de tratos para vender un mulo, y allí se olvidó del nieto que se
puso detrás de una yegua, entre dos carros, que acabaron pisándole una pierna.
El veterinario, que también debía entender de niños, dijo que no era nada, que en un mes como nuevo…Y así se quedó para siempre, como nuevo. 

Primero tuvo que andar con algo parecido a una muleta, hecha por su abuelo, en la que alguien tuvo la idea de grabar con una navaja la palabra que, con el tiempo, se convirtió en su mote.
Como en Algorfa su madre no podía llevarlo al colegio, cojo como estaba, y
tampoco iba a valer para trabajar, lo mejor que se podía hacer era mandarlo con los abuelos, a casa de los marqueses, que allí no le faltaría comida.

Lorenzo siempre quería llevarse al “pichas” por la mota, pero el “agüelo” se lo tenía prohibido, así que, acababa haciéndolo con alguno de sus estirados primos que pasaban las vacaciones con él. Les ensillaban un par de caballos y enfilaban por la orilla del río, unas veces hasta la desembocadura, parándose en el puente del ferrocarril para ver la enorme locomotora echando humo camino de Torrevieja, y otras hasta el Azud, donde el molino harinero, justo donde comenzaba la Acequia que daba riego a toda la finca.

Una mañana, como cualquier otra, bajó en busca de su vaso de leche, aquél que le dejaba los bigotes llenos de nata, y se encontró con algo muy extraño. Había mucha gente en la puerta, algunos hijos de la “Tata”, y un par de carros que no conocía.
Hasta la abuela estaba allí, en la puerta. Algo importante tenía que pasar para que su abuela, marquesa viuda, estuviese allí tan temprano.
-Carmen ha tenido un dolor por la noche, han ido en busca del médico y del cura al pueblo, pero no se ha podido hacer nada…Parece ser que estaba ya tiempo con lo mismo, era una mujer que no se quejaba, la pobre…

Para el velatorio se la llevaron a Algorfa, a casa de su hija mayor, y después la
enterraron en el pueblo. Ella hubiese querido que lo hubiesen hecho en Bullas, pero no pudo ser, era un viaje muy caro. A su nieto el “pichas” y a él no los dejaron ir al entierro, a uno por no tener ropa y al otro “porque no era adecuado”, así que se escondieron en la barraca del puente de piedra, y desde allí los vieron pasar con la caja, camino de Almoradí.
Al otro día, después de desayunar por primera vez en la cocina con su abuela y sus primos, nada que ver con los vasos de leche de la “tata”, bajó en busca del “agüelo” y del “pichas” pero los encontró cargando algunas cosas en un carro.
Su nieto las ataba con una cuerda.
-Me voy a casa de mi hija Paca, yo ya estoy muy mayor, y tiene razón tu abuela, la señora Marquesa, ahora necesitan un matrimonio más joven que cuide todo esto, a mi me quedan dos “pelás”…Le extrañó que siendo una casa tan grande, con tantas cosas dentro, apenas llenasen una cuarta parte del carro. Entre las pocas cosas, estaba la silla comprada en Bullas,
en la que su “tata” lo dormía cuando era un mañaco.
-“Agüelo”, ¿Te vas a llevar la silla de las nanas? Le preguntó Lorenzo.
Lo miró pensativo, pero finalmente le dijo a su nieto que la desatara y se la diese al
señorito” Lorenzo.
Nunca lo había llamado así.
Después, pacientemente, montó en el carro, arreó al viejo mulo y emprendieron camino del puente. El “pichas” aceleró su paso renqueante, pegó un salto y se subió en él. Su mirada se fijó en la de Lorenzo, y así se quedó hasta que doblaron por el camino y desaparecieron.
Fue la última vez que les vio.

Algunos años después, convertido en un importante empresario, volvió a la finca.
Lo hizo conduciendo uno de los primeros coches a motor, un flamante “Maxwell”.
Su hermano mayor, además del título nobiliario, había heredado la hacienda, y
reformado completamente. La fachada aparecía ahora totalmente enlucida, sin
aquél acabado en piedra, las bodegas y lagares habían desaparecido y
transformado en aljibes. Un enorme jardín con estatuas y una casita de juegos para los niños ocupaban lo que él había conocido lleno de viñedos. La casa de la “tata” estaba ahora ocupada por un joven matrimonio con niños.

Acabada la fiesta, se dirigió a las cocheras, donde había aparcado el coche, y al
fijarse en el altillo, lleno de trastos viejos, reconoció la vieja silla comprada en Bullas, aquella en la que la “tata” le cantaba aquella nana, marcando el compás con un suave “golpecico” en el “culico” y dejando al pequeño Lorenzo “torraico”.
Se sintió mal.
Por el “agüelo”, y por el “pichas”. Por no haberse despedido, por no haberles dicho lo feliz que fue durante todos aquellos veranos, por haberle quitado al “agüelo” aquella vieja silla a la que después nunca le hizo caso.

Pero ahora era un importante empresario, tenía grandes negocios y no era tiempo de lamentaciones.
Por un momento le pasó por la cabeza la idea de parar en Algorfa, de buscar al
“pichas”, de saber cómo le había tratado la vida, pero tenía un largo camino de
regreso a Alicante. Su mujer habría pensado que estaba loco, y además su hijo
pequeño se había quedado en casa, era un viaje demasiado largo para un bebé.

Cuando llegaron, la niñera estaba intentando dormirlo en una lujosa
mecedora llena de cojines, nada que ver con la silla comprada en Bullas.
Lorenzo cogió suavemente a su pequeño en brazos para intentar dormirlo, en
realidad por primera vez, y lo hizo entonando una cantinela, una y otra vez, marcando el compás con un suave “golpecico” en el “culico”, hasta que finalmente se quedó “torraico”…


LA TATA 2ª PARTE AQUÍ


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