Hoy es

"COMPÁS DE ESPERA" RELATO GANADOR DEL CERTAMEN LITERARIO 2016

Introducción
Os invito a dar un paseo, es un paseo por el tiempo que se nos fue, por el que tenemos y por el que vendrá. Es también una reverencia al reloj de las iglesias que nos marcan el paso, que nos ven correr a diario convirtiendo nuestra carrera de la vida, en eso, en un breve paseo por el que siempre nos hubiera gustado pasar más despacio. No hay un lugar que refleje tanto lo que somos como la Plaza de nuestro pueblo y a él os dirijo.

COMPÁS DE ESPERA
El corazón es al cuerpo como el Paseo al pueblo. Un impulso de latidos que a campanadas es abatido. A paso ligero cruzamos por la Plaza, sin embargo, ella invita a no pasar de largo y esperar. Esperar a alguien o a que pase algo...esperar. Tiene nuestra plaza el ritmo marcado a golpes por el reloj de la iglesia que nos lanza las horas como pedradas,incansablemente,y allá en lo alto retumba la campanada que despierta los pájaros y nos pone en pie. ¡Cuántas campanadas nos marcan la vida!
El Paseo se despereza despacio abrumado por las campanadas de las ocho, la iglesia abre sus puertas y bostezan los árboles alargando bien sus ramas recortadas, impotentes pues no pueden tocar el cielo. Suben las persianas de los comercios y por las calles un trepidar de motores se pone en marcha un día más, al compás del reloj, de un tiempo que no para para nadie. Esa velocidad contrasta con el paso lento de los ancianos que ya corrieron demasiado. Y allí van, desde arriba parecen hormigas chocando antenas para reconocerse, ajenos al bullir de ese otro mundo que  va deprisa a cualquier parte. Ellos no tienen que ir a ningún sitio, no tienen prisa ni se buscan porque siempre se encuentran, solo esperan que nadie falte hoy en los bancos del paseo, que es como el hormiguero a la hora misma en que la plaza huele a café. Y allí se sientan a ver la vida de otros pasar de un lado para otro, quietud entre el movimiento, que hoy más calor que ayer, que los limones no tienen precio, que si el gobierno, que si después de criar hijos, toca criar nietos y la pensión en entredicho, que no da para tantos...Conversaciones rutinarias, adormecidas, desgastadas por el uso y renacidas de nuevo más frescas que nunca al toque vespertino de las campanadas.
Ya dan las nueve y los colegios acogen en su seno a los niños que llegan en coches y de la mano de sus padres, un flujo nervioso a contrarreloj se apodera de las calles y se corta en seco al sonido de la sirena. Calma de nuevo en la plaza que espera en poco tiempo otro ritmo que viene siempre, porque siempre hay gente que pasa de largo haciendo "los mandaos", los que se quedan a tomar su primer café, los que esperan hasta la hora de la primera cerveza, los que cruzan despacio para platicar con alguien y enterarse de las novedades que trae el día, que si una se ha separado, que si el otro está en el paro, que si sabes quién se ha muerto, que sí, que la conocemos, que son 87 años ya, que ya quisiera llegar yo, que la vida son dos días, no somos nadie...nada que estamos pa el arrastre. Hormigas nada más y así nos sentimos la mañana en que esa campana que parecía tan pequeña allá en el cielo de la torre, bajó al suelo de los mortales a demostrar que podía aplastarnos con su badajo, impresionados, muchos inmortalizaron el momento para poder recordarlo en un futuro. Cosas pasan en el paseo.
Un golpe seco nos acelera más el paso, ya son la una o ya es la una. Mi abuelo estaría sentado a la mesa esperando el plato de sémola, o lo que fuera de cuchara pero a la una en punto. Él ya no está pero sigue siendo hora de echar el arroz, de quitar el fuego que se deshacen las patatas, que he dejado la lavadora puesta, que vamos corriendo siempre, que vienen todos a comer y a mi chico le tengo que hacer otra cosa que no quiere ni olla ni pan de ayer, hambre tenía que pasar... pero vente pa la sombra que nos achicharramos. Y una nube de pájaros salen espantados del árbol dejando a su paso una lluvia de recuerdos secos por el suelo. En uno de ellos está mi madre en una silla de la cocina, tiene los dedos llenos de cortes y negros de pelar alcachofas todo el santo día. La veo ponerse sus gafas de coser en la punta de la nariz y del frutero, convidado eterno de la mesa, coge un limón. Detrás de la silla se hierve la leche en un cazo,vigila que no se salga, me dice, mientras mete el limón dentro de un calcetín y remienda el agujero. Eran tiempos en que los limones y las alcachofas tapaban muchos agujeros, hicieron que saliéramos del paso igual que esa leche que siempre se salía del cazo. Que los hijos no pasen hambre nos viene de serie y eso no ha
podido cambiarlo ni las campanadas del reloj, ni el sol que nos azota a estas horas de la vida.  Por eso y a pesar de la prisa que parecían tener, no se resisten a ponerse al amparo de un gran ficus que proyecta una sombra circular, el sol cae a raudales y una se hace una visera con la mano, la otra saca el abanico de las misas.¿Tu chico?¿se casa o qué?.Qué va hija, en la casa lo tengo parado, esperando a que pase esta crisis...Mientras hablan un pájaro picotea medio bocadillo en el suelo y vuelvo a ver cómo  mi abuela sopla y le da un beso al pan que se caía, ella que primero comía pan con nada y luego se lo comía con todo, la misma que curaba con esos mismos besos todas las heridas.
Pero el tiempo nos engaña, es como una goma elástica que parece alargarse en la niñez, los veranos adolescentes parecen eternos, las tardes de juegos se dilatan en nuestra memoria, las canicas, el caliche, la petanca y luego más allá de la infancia, aquel primer paseo con la novia,  en cámara lenta...y acción: había entre ellos un espacio decente, él con el nudo en la garganta y la mano flotante rozando su falda, ella nerviosa por el qué dirán, él a la espera de poder agarrarla de la mano, y ella dejando esa mano caída como por descuido esperando ser agarrada. Y como por descuido pasan 50 años agarrados. Y Fin. Así es la vida, toda una proeza de la espera porque el tiempo de tanto estirar se nos rompe el día menos esperado y nos da en la cara con tal violencia que nos deja clavados en un banco del paseo, a la sombra de un ficus con agujero y en el peor de los casos, bajo el son de una campanada fúnebre.
Cae la siesta en el paseo, los colores del cielo se cuecen al sol y las chicharras retan a las campanadas de las cinco, no pasa un alma, solo se oye el correr de las hojas secas por el suelo, parece que bailen en remolinos con una improvisada bolsa de plástico. El baile es hermoso, baile quien lo baile, y la bolsa se eleva ligera al compás de una música que solo espera ser oída. La música de la Plaza son campanadas de fiesta, días de feria, risas en el parque, campanadas de boda, las de las uvas...pero hay otra música que se oye con el paladar los domingos con aperitivo o las tardes del helado, y esa otra música que se oye con el corazón, la del paseo de la mano o la de aquel primer beso en la farola...para todas, siempre mereció la pena esperar.
La tarde en la plaza está cargada de ruidos y de movimiento, sobretodo en el parque donde anida un griterío de niños jugando a correr, a pillarse, a no estar quietos, mientras los mayores reparten un ojo al café y el otro que vigila que no se pierdan entre la multitud, que no se los lleve nadie, que no se hagan daño, que no molesten a los demás, que se coman la merienda y para casa que toca deberes, ducha, y a la cama que mañana hay que madrugar. Son normas sin cartel que todo el mundo cumple cuando va al parque.
-  Espera mamá, que voy a tirarme por el tobogán.- Miro entonces a mi mano derecha y me doy cuenta de que ella estiraba todo el rato de mi brazo en dirección al parque. Paramos, aquí siempre hay que parar y esperar a que juegue un rato. La veo subir y bajar del tobogán muy rápido, tal vez se columpia demasiado alto, no le quita el ojo una mujer sentada en un banco de enfrente y empiezo a estar molesta, no sé muy bien porqué. A ver, analizando: el suelo es de esponja, el tobogán de madera, todo estará muy homologado y me pregunto a qué vienen tantos miedos si el columpio de mi niñez primero fue una rueda vieja que colgaba de un árbol y donde me colaba hasta tocar el suelo y después en el parque, era una especie de esqueleto de hierro con artrosis tan descomunal que el agujero dejado en la tierra por las frenadas servía de piscina cuando llovía. En aquella prehistoria los columpios volaban muy alto pero hasta esa altura llegaba en forma de amenaza, la voz de mi madre "como te caigas cobras". Me caía mucho y también cobraba por ello.
- Ahora mismo nos vamos que a las siete tienes dentista.
-¿Cuanto falta?
Bendita pregunta que llevo clavada desde tiempo inmemorial y tengo que echar mano a lo que  mis ancestros me contestaban y que no significaba otra cosa que dejara de preguntar.  Fueron culpables aquellos perpetuos trayectos a la playa con nevera amarilla incluida, esa que se preparaba la noche antes y nos impedía dormir después, sobrellevadas por tamaña ilusión.¿Papá,cuánto falta? Nada más arrancar,"¿papá, cuanto falta?", cada cinco minutos, así hasta hora y media más o menos que se tardaba en llegar, nadie contaba eso, pero nosotras contábamos miles de carteles publicitarios de pisos en la playa, coches rojos para mí, azules para mi hermana, las señales redondas para mí, las triangulares para ella, a ver quién contaba más, y es que había tanto que contar y tanta ilusión en esa espera  que  mi  padre,  más  del  monte  que  del  mar,  prometía  siempre  no  llevarnos  más...
¿Mamá,cuanto falta?
- Una miajica.- Le digo, y ella se queda tan a gusto.
Por todos es sabido que una miajica es un poco de nada, así que ella sigue bajando y subiendo por el tobogán hasta que cae, como es y será siempre lo normal aunque ahora ya ni se cobra. Se hace un rasguño en la rodilla. Eso no es nada .Un poco de agua y andando, le digo ¡Me escuece!,me dice. Si escuece cura, le respondo y mecánicamente le pongo un beso en la herida, con la rotundidad del tiempo a mis espaldas.
Ya nos vamos y al pasar por delante de aquella mujer que la observaba y que yo ya consideraba una delincuente en potencia, va y le dice ¡eres más guapa que las pesetas!, la niña que no sabe lo que son las pesetas se encoje de hombros igual que se me encoje a mí el corazón. Igual con el tiempo algún día le diga a mi nieto que es más guapo que los euros, igual no les cojo el mismo cariño, aunque igual con el tiempo que ya tengo no llegue a conocerlo. ...
Cuando cae la tarde en los bancos del paseo se produce un extraño relevo generacional, los ancianos ya se retiran a casa, a cenar temprano, un poco de tele y a dormir quien pueda, que ahora mismo estamos levantados. Donde antes se hablaba del tiempo, del campo y de política, ahora ya no se habla de nada porque los que están miran las pantallas de sus móviles como si no estuvieran, podría caer una bomba y ni se inmutarían. Una bandada de pájaros acude al refugio nocturno de los árboles dejando caer señales en forma de hojas sobre sus cabezas, parecen decir; levantad la vista que la vida pasa aquí afuera, pero tendrán que esperar unos años para poder darse cuenta de ellas. Uno le regala la risa al Whatsapp y otro busca una señal, no la divina ni la horaria, porque una cosa es cierta, en el  paseo ya no hay canicas, ni petanca, ni patines, ni bicis, pero hay wifi y pokemon
escondidos por todas partes, señales al fin y al cabo que hacen la vida más llevadera.
Ya oscurece, han dado las ocho y las farolas se encienden. Un nuevo trasiego de personas cruzan el paseo en dirección a sus casas, algunos cargan con bolsas de compra de última hora, otros con niños en retirada, todos con prisas,que ya es tarde. En llegar a casa apenas tendrán ganas de hablar de cómo les ha ido el día porque con suerte mañana tendrán otro igual, otra oportunidad, otra vez más de lo mismo.
- ¿Mañana volveremos al paseo?.-Me dice al acostarla en la cama, tiene la voz bofa, almidonada y la boca medio dormida aún por efecto de la anestesia.
- Mañana ya veremos.
-Vale, ezo es un zí.- Me dice sonriendo solo a medias. Y solo por ver la mitad de la sonrisa que le falta me acuesto a su lado y espero, espero...esperaré siempre.
A lo lejos se oyen doce campanadas, en el reloj del paseo ya es mañana.


Conchi López es una extraordinaria contadora de historias pequeñas, cercanas...únicas. Con ellas lleva ya ganados muchos certámenes del Literario Antonio Sequeros de Almoradí -en realidad ya he perdido la cuenta-. Lo hizo con algunos que ya compartí aquí, como "Lo invisible" o "La memoria de mis botas", y lo ha vuelto a hacer este 2016. ¡Mi enhorabuena...es un placer leerte!..


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1 comentario :

  1. Anónimo9:51 a. m.

    Belen Ruiz Arenas: Enhorabuena Conchi Lopez!!! Me ha encantado leer tu pequeña pero a la vez grande y preciosa historia. Almoradí tiene una escritora excelente.

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