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Una "infeliz" mujer (Formentera, 1884)


El 29 de febrero de 1884 se publicaba en el diario “El Constitucional” una carta de un vecino de Rojales, Antonio Bernabeu, el cual informaba de una manera descarnada el terrible crimen cometido el 14 de enero en “una pobre mujer de unos treinta y seis años, natural de Lorca, y que no tenía el juicio muy cabal”.

Al parecer ésta mujer, que vagaba por la huerta, se presentó en la tienda de comestibles del alcalde de Formentera acompañada de un grupo de mozos, pidiendo algunas copas, que el dueño le negó, amenazándola con encerrarla en la cárcel si no se iba a la casa donde solía dormir.
La infeliz se marchó por las afueras del pueblo, seguida a alguna distancia por un agente de la autoridad para que nadie la incomodara.

Después no se sabe realmente lo que sucedió, pero parece ser que fue seguida por “una turba de facinerosos”, según palabras del denunciante, que la maltrataron é hicieron con ella toda suerte de atrocidades; “unos le pegaban en los pechos, otros la registraban y la reconocían con fósforos…”.
Sobre las diez de la noche, poco más o menos, oyó los lamentos y gritos Pedro Ramirez, vecino de una casa situada entre Rojales y 
Formentera, que salió en su ayuda, pero que no logró, ni con súplicas ni amenazas que soltaran su presa, viéndose en la necesidad imprescindible de llamar en su ayuda a algunos vecinos, y logrando así que emprendieran la fuga aquellos desalmados.
En el estado que dejaron a la infeliz mujer fue conducida en un carro hasta Almoradí donde fue auxiliada, dando a luz un niño muerto, y después fue llevada al hospital de Dolores donde falleció.

Al día siguiente se seguía escribiendo sobre éste triste asunto y en “El Liberal” se denunciaba “que once días después del horrible crimen no se han tomado declaraciones ni se han oficiado del juzgado de primera instancia en averiguaciones.
El uno, yo no se nada, y el otro, a mi que me cuenta…El caso es que no hay preso nadie.
Las autoridades de Rojales no han tomado ninguna determinación, sobre lo que llamamos la atención del señor Fiscal para que inquiera y averigüe lo que hay de particular en el asunto, ya que el sentimiento público indignado lo pide con verdaderas ansias”.

A raíz de ésta denuncia fueron pedidos, por parte del Gobierno Civil, los oportunos antecedentes al alcalde de Rojales, algo que no le sentó nada bien, ya que los hechos habían ocurrido en término de Formentera.
El Alcalde, Miguel Cartagena, escribía lo siguiente:
(“El Constitucional” 5 de marzo de 1884)
“Muy señor mío: Habiendo tenido ocasión de leer lo publicado días pasados en el que se permite llamar la atención del señor fiscal sobre no haber tomado parte las autoridades de esta villa de Rojales en el hecho criminal cometido en la persona de una pobre mujer, me creo en el deber, como representante de este vecindario, de manifestar a usted que sin hacer afirmaciones de ninguna clase sobre la mayor o menor veracidad de semejante crimen, puedo asegurarle, sin temor de ser desmentido, que no se ha cometido el delito que se denuncia por ningún vecino de ésta referida villa de Rojales, ni mucho menos en ella”.

Finalmente, las denuncias debieron ser escuchadas y aclaradas, ya que el mismo día que era publicada la carta del alcalde de Rojales  salía para Formentera el abogado Fiscal encargado de investigar el atroz crimen cometido.
En aquella ocasión tuvo el alcalde que aclarar que el crimen no se había cometido en su término municipal, y es que por entonces, aún se recordaba y proclamaba a través de carteles que se iban “canturreando” en ferias y mercados, el triste múltiple asesinato de la “Casa Pajisa” cometido unos años atrás.

Sin embargo, cuando aún no habían transcurrido dos años, Rojales volvía a ser noticia en la sección de sucesos de los periódicos por un nuevo crimen, y de nuevo, era una infeliz mujer la víctima.
El martes, 19 de enero de 1886 aparecía en una casa deshabitada de la huerta denominada “El Cuartel”, el cadáver de una mujer de aproximadamente treinta años.
Se hallaba acostada y completamente desnuda, con una herida de arma de fuego en el corazón.
Cerca del cuerpo se encontró la ropa y una cruz de las que solían servirse algunos mendigos para implorar la caridad pública, así como algunos efectos que sin duda pertenecieron a dicha mujer. También se encontró un zapato y un pantalón de hombre.
Días después, el 25, se mandaba desde la Audiencia de lo criminal de Alicante a un delegado con objeto de instruir diligencias para averiguar a los autores de, según palabras del periodista, el asesinato de la “pordiosera”.

Lamentablemente no he encontrado ningún artículo posterior que aclare si fueron detenidos los asesinos de ambos sucesos, y puesto que tampoco he tenido acceso a las causas judiciales, siempre me quedará la duda de saber si las investigaciones de los enviados especiales por cuenta de la Audiencia de lo criminal llegaron a alguna conclusión.

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