El paso del tiempo siempre conlleva una modificación de las costumbres y, en muchas ocasiones, hemos visto como lujos aparentemente inaccesibles se convertían, en unos pocos años, en cosas totalmente comunes al alcance de cualquier bolsillo.
Sucedió con la radio, la televisión, los ordenadores… y, también con la fotografía.
Así, a mediados del siglo XIX encargar la realización de un daguerrotipo podía suponer, sin mucho problema, invertir el sueldo de una semana. Posteriormente, ya casi en el siglo XX, solicitar la realización de una foto más o menos tal y como la conocemos ahora seguía resultando bastante caro, aunque el proceso era sensiblemente menos prohibitivo que la toma de daguerrotipos. Si unimos a esto las limitaciones técnicas propias de la época podremos comprender fácilmente por qué resultaba habitual que la mayor parte de seres humanos jamás fueran fotografiados a lo largo de toda su vida, reservándose este tipo de cosas para los actos verdaderamente extraordinarios, como es el caso del fallecimiento de un ser querido.
Tras la muerte, la familia del fallecido se enfrentaba cara a cara con la desaparición del mismo y sólo el registro de su imagen a través de un proceso fotoquímico les permitía conservar un último recuerdo material de su aspecto. Por si esto fuera poco, los cuerpos inertes resultaban el blanco perfecto para los daguerrotipistas, limitados por los largos tiempos de exposición requeridos para impresionar sus placas fotosensibles.
En los primeros tiempos los cuerpos muertos usualmente se retrataban como si estuvieran dormidos, lo que otorgaba a los mismos una imagen de naturalidad al tiempo que se simbolizaba el “eterno descanso” del fallecido, pero también fue muy común disponer los cadáveres de tal manera que simularan estar realizando algún acto cotidiano, proceso que incluía, en muchos casos, abrir los ojos del difunto utilizando utensilios diversos (en general, una cucharilla de café) y resituar correctamente el ojo en la cuenca. De hecho, se solía dar completa libertad a la persona encargada de tomar la imagen para vestir y disponer el cuerpo como considerara apropiado.
Fernando Navarro era un fotógrafo murciano que desarrolló la mayor parte de su trabajo entre 1885 y 1915, y del que se conserva un amplio archivo, incluidas estas imágenes de personas fallecidas que son un magnífico documento (aunque algo tétrico) y que hoy comparto con todos.
Existen algunas imágenes post-morten realizadas en Almoradí pero no me han permitido copiarlas y mucho menos publicarlas, así que nos conformaremos con las realizadas en Murcia.
Si tenéis más curiosidad, la información está obtenida de aquí
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Me pone los pelos de punta, me recuerda a la película "Los Otros". Recuerdo que hace ya unos años, pasé por el cementerio de Almoradí y me encontré por primera vez con una foto de un difunto, la cual parecía que la habían hecho una vez muerto. El impacto fue tal, que ya no he pasado más por ese sitio.
ResponderEliminarHay muchas hipótesis alrededor de este tipo de acto, pero sigo pensando que es demasiado mordaz, por lo menos a la vista.
De pequeña vi una de un primo y me impacto.
ResponderEliminarEspeluznante. Algunos pensaban que ese tipo de fotos utilizadas en "Los otros" era un mero recurso artístico. Me das más material para trabajar cine e historia. Agradecido.
ResponderEliminarEladio Balboa
Buff, muy interesante, Jose, como todo tu blog, pero...qué mal cuerpo, es tan...¿morboso?
ResponderEliminarElena
Elena Mazon:
ResponderEliminarMas Algunos se los hacían cómo si estuvieran vivos todavía y es más impactante, porque tampoco sabes cual es el muerto, para mantenerlos de pie los sujetaban por detrás con una especie de palo con pie, costumbres muy impresionantes, pero al fin y al cabo era el único momento que aprovechaban para poder tener un recuerdo, ya que era muy difícil acceder a poder pagar, en fin, no lo cuestiono, aunque....