Íbamos al estadio “Sadrián” a ver jugar al Club Deportivo Almoradí. Tras el tercer cohete, salían lo jugadores de azul y grana al campo de fútbol, de un verde ralo y raído, que había brotado de la esperanza en la victoria. Los jugadores tenían cada uno su demarcación y los espectadores también: los ricos en sus palcos, el resto en “la general” y los que no tenían dinero arrimados a la tapia o encima de sus bicicletas.
Los niños entrábamos gratis, siempre que fuéramos con un mayor, y estábamos por todas partes. Cuando nuestros jugadores marcaban un gol, el encargado del marcador recibía una fenomenal bronca si tardaba en anotarlo y viceversa. El descanso era lo mejor del partido: entrábamos al césped a jugar al balón, emulando a los jugadores y a tirarnos volteretas sobre la hierba.
Después del partido, salíamos como podíamos por la única puerta del estadio, con la voz ronca, los cuerpos soleados, manchados de verde y un deseo común: ¡Almoradí Campeón!
(Recuerdos de Infancia de Antonio González Lucas)
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