Hoy es

"PLUMAS EN EL VIENTO..." Un relato de Conchi López


Alguien me dijo que el futuro se plasma en las carreteras y en los coches que nos llevan, alguien me dijo una vez que de Benejúzar a Orihuela se tardaba media jornada en carro y, seguro que hoy habrá alguien que no se lo crea porque llegamos volando a todos los sitios. Mi coche sale volando de Benejúzar hacia Orihuela pero frena en Pino-Hermoso, se me empañan los ojos, se me ha metido una pluma dentro. Siempre me pasa…luego, tomo la enorme redonda que se comió los hermosos pinos, miro a la derecha y siento el frio de la casa desnuda.  Tengo que parar y salir del coche…volando, volando como las plumas con el viento, el viento de la memoria.
Hay pasajes de un ayer borroso que le echan el pulso al futuro con la fuerza de una pluma. Así llegó hasta mí, la historia del pequeño Manolín, revoloteando, herida y temblando, como un pájaro alcanzado por el dardo del tiempo y le hice un nido entre mis manos… 
A Pino-Hermoso solo llegan los pájaros de mi cabeza. Descendiendo en vuelo circular hacia su pasado y su paisaje donde huele a resina fresca y a tierra, a sudor de barro y a silencio. Pino-Hermoso es el paraíso de un pájaro mecido entre el ronroneo de los tractores y el zumbido de las abejas y a su alrededor, baila la huerta cuajada de azahares en un estallido de verdes que encajan como puzles cúbicos.  
La casa, déjenme atisbar, es una gran cocina con habitaciones y dos partes laterales anexas; un establo a un lado, un almacén de aperos al otro. El corral por detrás, el cielo de las plumas. Me cuelo por la chimenea, no es la primera vez que se mete un pájaro a la casa, Monserrate acude presta a darme con la escoba. Dentro huele a madera y a humedad, los techos altos devuelven las voces a sus bocas y en la cocina se cuece siempre algo.  Al igual que un pájaro vuela feliz sin ser consciente que lo es, los que allí moraron  tampoco lo fueron, quizá porque es mejor vivir sin ese concepto que hacerse su esclavo.
Hay un hueco en las vigas de madera que aguantan el techo y desde allí los veo. Un haz de polvo antiguo atraviesa el ventanal que da al corral y cae sobre la amplia mesa, sobre ella, unas manos hábiles estrían lo que es lenteja de lo que no. Las manos de Monserrate.  Tan solo de verlas se me erizan las plumas.
_ Pero Manolín, otra vez metido entre mis faldas, vete a la” argunsaera” que tengo mucho trajín en casa. Tus hermanos vendrán pronto y con hambre. Hay que preparar el capazo del señorito Julián que viene a por lo suyo y, encima, se nos ha colado un pájaro._ Oigo decir a Monserrate señalándome.
_ Anoche oí los pasos, madre, alguien andaba por la casa y el cesto que dejaste ayer con queso y pan, hoy estaba vacío ¡será un perro salvaje o un ladrón hambriento!
-Vamos a ver Manolín, la puerta se cierra con la tranca, nadie puede entrar._ Mientras habla, escarba en los bolsillos de su raído delantal, va a sacar algo._ Anda, ve a partir unos piñones a la puerta. _Movido por instintos de ave, desciendo en vuelo rasante al olor de aquellos piñones.
Hubo un tiempo en que, a pesar de la hostilidad de la guerra, la tierra, al igual que las mujeres, se hacía fértil. Mientras los hombres guerreaban, Pino-Hermoso fecundaba en forma de alimento toda semilla que en ella se plantara. El día empezaba de noche, los hermanos mayores de Manolín, Antonio, Juan y Pepe, habían perdido su diminutivo trabajando en la huerta; plantaban, labraban y recogían los frutos sin horario a cambio de comida y techo, que no era poco. Ya podían dar fuertes manotazos sobre la mesa como hombres del campo que eran, aplastando a los niños que fueron, un ¡basta ya de Antoñín, Juanillo y Perico! Las hermanas, la nena y la pequeña, nunca cambiaron de nombre aunque fueran mujeres hechas y derechas pero ellas no se quejaron nunca, por eso, ni por nada. Ellas se ocupaban de la casa, de los animales, de sus ajuares y de Manolín.
Era muy importante arrancar el “ín” de su nombre, quería hacerse Manolo, de lo contrario siempre sería pequeño y las respuestas a sus misterios, tan evasivas y volátiles como las plumas al preguntar por su padre que nunca estaba. “Tu padre está en el frente”, le contestaba Monserrate, indignada ante tanto preguntar, porque ella necesitaba hombres a su lado y le daba poca tregua a la niñez.
Monserrate los llevaba firmes a todos y ella sola se tragó todas las lágrimas que dio una guerra, la de África, y luego la otra, y eso la llevó a pensar que, en las guerras, como en la vida, cada uno lucha a su manera y que la valentía tiene un precio demasiado alto. Y, así debió ser porque Monserrate se llevó un secreto hasta la muerte y sólo entonces Manolín aceptó el hecho de que ella nunca consintiera el llamarlo Manolo. Manolo Larrosa sólo había uno, su Manolo, y estuvo en el frente. Siempre estuvo allí. Como las plumas.
En la alcoba, solo un pájaro acurrucado podría haber sido testigo de aquel secreto:
_ Mujer, estoy en la lista, mañana vendrán a por mí, prepara el hato que para todos me voy al frente. Prefiero ser un cobarde vivo que un héroe muerto. Cuida de nuestros hijos y la casa, nunca le faltes a lo que pida el señorito Julián, suyo es hasta el pan que nos comemos. Estaré ahí en frente._ Manolo Larrosa dibujó una M coja con el dedo en la ventana, justo en frente de una gran mole de piedra gris en el horizonte, La Sierra de Callosa. _ Dame la llave del corral y mantente alerta.
_ ¡Ay, Virgen Santísima! ¡Jesús bendito! Que el Señor se apiade de nosotros…
_Mujer, no metas al reino de Dios en las guerras de los hombres.    
Llovían plumas a escopetazos cuando vinieron a por él, pero él ya se había ido, tal era su abnegación y arrojo, tal fue lo que ella les dijo. “Aquí no está, vosotros sabréis” Nadie sospechó la verdad porque Monserrate se fundió con la normalidad; las mujeres quedaron solas, desahuciadas de marido y cargadas de bebés con diminutivos. Lo normal. El pueblo se llenó de todas ellas, vagaban sombras oscuras por las calles de polvo, moños en la nuca, rosarios en los dedos, pañuelos negros y el delantal, siempre ese delantal y el secreto en sus bolsillos. Y allí van, unidas bajo el toque lúgubre de las campanas de la iglesia y la mirada perdida en el frente. Así eran todas las Monserrates, fieles, fructíferas y férreas a la hora de guardar secretos, secretos con olor a miedo y a traición. Por eso, lo que no era normal era que en Pino-Hermoso anduviera Manolín con su niñez preñada de preguntas y que aquel pájaro alardeara de una felicidad todavía no inventada. Y por eso, tal vez, Monserrate corretea con la escoba en alza, dando golpes por doquier, intentando ahuyentar las preguntas y barriendo el rastro de plumas de su casa, como al miedo en sus entrañas. Las plumas  no se pueden barrer…
_Madre, he visto una sombra en el corral y luego a echado a correr cuando me ha visto, era un hombre, madre, y seguro que quería robarnos las gallinas.
_Shshshsh…duérmete, Manolín, que te van a oír, tú no has visto nada, siempre andas con el miedo en el cuerpo.
Si, Manolín tenía miedo a cualquier frente, a la foto borrosa del hombre del frente, a los ruidos en la despensa del frente, “serán las ratas”, se decía, y se apretaba más contra su hermana, la pequeña, hasta el punto que los dos desaparecían hundidos en el catre de piojo y paja. La nena los tranquilizaba a pesar de oír aquellos ruidos también:”Shshshsh…Estás soñando Manolín, yo no he sentido nada”. Y sí, sí que lo sentía, pero callaba porque para eso la había educado Monserrate, a callar por si las moscas, por lo que pueda pasar, no fuera a ser verdad que hubiera un ladrón en la casa, no vaya a ser que se descubra que su padre no estaba en ese frente, a callar de lo que no se sabe, que ella poco sabía y quería aprender a leer y escribir en la academia nocturna y para tales cosas y en tales circunstancias, lo mejor era callar.
Manolín descubría que por la noche los chorizos desaparecían de la carnera y que en el día aparecían migas de pan sobre la mesa, unas huellas de barro en el corral, y que su madre, a veces, lucía un extraño rubor. De todo se percataba el pequeño Manolín al que nadie le contaba nada. De todos, el único que fue engendrado estando su padre en el frente. La guerra también tenía milagros, milagros tan bien silenciados.  
Sí, porque hubo una noche, en que un susurro nocturno despertó a Manolín en el vientre de su madre y por única vez y porque no tenía boca, no pudo preguntar nada:
_Manolo, creo que estoy preñada otra vez.
_ Shshshsh, que te van a oír. Lo que faltaba, uno más, pues esconde la barriga todo lo que puedas a ver si esto se termina de una vez y vuelvo antes de que nazca, si es así, le pondrás Manolo, como su padre._ Dijo Manolo Larrosa, sin saber que nada sería así, que nada terminaría de una vez y que Manolín sería la única prueba de que había desertado y único testigo de que seguía rondando por Pino-Hermoso.
Le puso Manolo pero con “ín” porque, en Pino-Hermoso no podía haber otro Manolo. Pocas veces un pueblo calló tanto, pocas veces una pared dio tanto miedo como aquella de enfrente de la chimenea donde la foto de Manolo Larrosa lo miraba, altivo y borroso, seguro de no haber llevado nunca un diminutivo en su nombre. Manolín siempre sería ese niño que lo vio salir corriendo una noche en el corral…espantando una nube de plumas y que nunca podría cargar con el peso de llamarse Manolo.
_ ¡Quítate de en medio Manolín, que pareces un jueves, siempre andas por los rincones preguntando! ¡Ay, Virgen Santísima, ¿a quién le parecerá este chico mío?  
_ Eso, ¿a quién le parezco madre?_ Replicaba el niño cogiendo el vuelo de esa pregunta.
_ ¿Ves a ese señor que está en el cuadro del frente de la chimenea?, pues es tu padre que está luchando, por eso está ahí, en el frente.
_ ¿De la chimenea?
_No, Manolin, que no entiendes nada, los frentes son trincheras llenas de héroes que defienden con su vida la de otros, tu padre es un valiente._ A Monserrate se le empañaron los ojos, “es que se me ha metido una pluma”, le decía a Manolín que iba para cuatro años, los mismos que su padre andaba escondido en la sierra, bebiendo agua estancada, comiendo hierbas salvajes, camuflándose, hasta que los otros lo encontraron…Para ella seguía allí, y si algo hacía bien, después de guardar secretos, era esperar…esperar toda una vida .
Cuatro pinos daban honor al nombre de Pino-Hermoso. En uno de ellos cuelgan dos sogas y un tablón, se mece la argunsaera. Bajo la sombra de una morera hay un pozo, a su lado, un lavadero y una silla, en la silla una mujer que cose, que cose un remiendo a un pantalón desgastado. Yo revoloteo sobre ella y, a sus pies, un niño juega a atrapar las plumas que caen como copos de nieve.
_Madre, ¿ese pantalón es de padre?_ Dice el niño que no calla al tiempo que la aguja pincha donde hay callo. Monserrate mete la mano en el bolsillo mágico y saca una onza de chocolate con pan. El pan callaba las bocas.
_ Es de tu hermano Antonio... ¿pues no te he dicho que padre está en el frente?
Los secretos de aquel delantal, la figura negra de madre, la borrosa foto de padre en el frente…de la pared, misterios cotidianos de una infancia, de una época…porque ¿qué era el frente? ¿Se podía volver del frente?  Sólo a vista de pájaro se apreciaba que, desde una cueva en la Sierra de Callosa, se veía Pino-Hermoso, más hermoso que nunca si se daba el caso de poder volver de una guerra.
Cuando todo pasó, no pasó todo. Con el teñir de las campanas volvieron algunos hombres pero no a ser los de antes, otros muchos se borraron, de un plumazo, y Monserrate se aferró a la foto borrosa de su esposo que no volvía y lo esperó despierta y lo lloró dormida. Pudo haber muerto, pudo ser un bandolero o haber huido y todo eso fue lo normal. Normal fue también el mar de luto que se tragó a Manolo Larrosa porque, salvo un nombre sin hombre en una lista, nada se supo de él. En Pino-Hermoso, tanta normalidad hizo un callo con el dolor.
Sin embargo, Manolín pudo ver a su padre volver del frente muchas veces, un héroe reconocido y admirado, un valiente. Lo vio salir de la foto, bajar de noche por la escarpada y peligrosa Sierra de Callosa, furtivo y hambriento, con remiendos en las rodillas de estar encogido todo el tiempo, lo vio comiendo y corriendo enloquecido y entrando en la alcoba de su madre y se vio hacer a sí mismo. Todo lo que vio dio motivo para eliminar su diminutivo pero no fue así porque, para Monserrate, su hijo Manolín era como una pluma demasiado pesada que siguió haciendo toda la vida preguntas de niño, esas con el sabor amargo de la verdad.
Hoy, los pájaros que tengo en la memoria dejan rastros de plumas cuando paso frente a Pino- Hermoso, melodías antiguas que no se pueden barrer. Veo una mujer con la mirada fija al frente, a un niño y un lugar luchando por su nombre y que acunan en las ramas de sus brazos a un pájaro herido que va perdiendo las plumas.
Alguien me dijo que el futuro es un gigante ciego barriendo imágenes que valen más que mil palabras. Ya no está la sombra de la morera, ya no se mece la argunsaera, no hay pinos en su entrada, ni pozo, ni nada…De Pino-Hermoso sólo queda una casa en ruinas que clama al viento que mueva esas plumas, ese viento de la memoria que empaña los ojos para recordarnos que tuvo un pasado, y que fue…realmente hermoso.
Me lo dijo un pajarito.                                                                                 


Extrordinario relato de Conchi López.
¿Se puede escribir o describir mejor?


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