Quizá haya sido por mi discreto aspecto, pero lo cierto es que sólo yo puedo presumir de haber sido testigo único de la historia de mi pueblo, Almoradí, desde 1865. Mi nombre es Abdón y Senén, y soy la campana que desde siempre ha acompañado al reloj de la torre. No conocí los terribles terremotos de 1829, pero por desgracia sí viví el de 1919, y puedo aseguraros que me tocó de cerca.
La Torre del Ayuntamiento se resquebrajó y tuvieron que rehacerla nueva dos años después. Sin embargo aguanté bien el tirón, porque ahí estuve de nuevo. Durante años tuve la honrosa labor de regir las tandas de agua de toda la huerta y de dictar los horarios de trabajo de los braceros. Primero con un viejo reloj que ni siquiera yo recuerdo, después, en 1902, con el mismo que me acompaña a día de hoy. En 1926 volví a tener obras en mi torre, ya sabéis, cosas de políticos. En fin, que voy a contaros que no sepáis. Lo cierto es que me resulta muy difícil ordenar tantos recuerdos, y debo pediros disculpas de antemano por los posibles errores, pero claro, una a estas alturas ya está algo vieja, y la memoria empieza a fallar. He estado tantos años en tan privilegiada atalaya, que estoy preparada para contestaros a todas las dudas que podáis tener. No olvidad que aunque ahora me veis en la Iglesia, apenas hace una veintena de años que, muy a pesar mío, me trasladaron aquí, justo cuando los políticos, otra vez ellos, decidieron tirar el viejo Ayuntamiento. Como decía, mi sitio siempre ha estado orientado a mediodía, mirando a la puerta de la Iglesia.
A la izquierda, desde 1908, el Casino y el Teatro Cortés (podía verlo perfectamente antes de que se construyesen tantas alturas), el mismo año en que sustituyeron las viejas ¨bombas” de petróleo por las primeras farolas eléctricas. En estos casi 150 años de existencia he visto celebrar el regreso de los soldados de Cuba y Filipinas, los bautizos de personas tan ilustres como Manuel de Torres ó José García Martínez. Siempre aquí, cada 31 de diciembre, con todas las miradas puestas en el Reloj, esperando mis doce campanadas.
La Torre del Ayuntamiento se resquebrajó y tuvieron que rehacerla nueva dos años después. Sin embargo aguanté bien el tirón, porque ahí estuve de nuevo. Durante años tuve la honrosa labor de regir las tandas de agua de toda la huerta y de dictar los horarios de trabajo de los braceros. Primero con un viejo reloj que ni siquiera yo recuerdo, después, en 1902, con el mismo que me acompaña a día de hoy. En 1926 volví a tener obras en mi torre, ya sabéis, cosas de políticos. En fin, que voy a contaros que no sepáis. Lo cierto es que me resulta muy difícil ordenar tantos recuerdos, y debo pediros disculpas de antemano por los posibles errores, pero claro, una a estas alturas ya está algo vieja, y la memoria empieza a fallar. He estado tantos años en tan privilegiada atalaya, que estoy preparada para contestaros a todas las dudas que podáis tener. No olvidad que aunque ahora me veis en la Iglesia, apenas hace una veintena de años que, muy a pesar mío, me trasladaron aquí, justo cuando los políticos, otra vez ellos, decidieron tirar el viejo Ayuntamiento. Como decía, mi sitio siempre ha estado orientado a mediodía, mirando a la puerta de la Iglesia.
A la izquierda, desde 1908, el Casino y el Teatro Cortés (podía verlo perfectamente antes de que se construyesen tantas alturas), el mismo año en que sustituyeron las viejas ¨bombas” de petróleo por las primeras farolas eléctricas. En estos casi 150 años de existencia he visto celebrar el regreso de los soldados de Cuba y Filipinas, los bautizos de personas tan ilustres como Manuel de Torres ó José García Martínez. Siempre aquí, cada 31 de diciembre, con todas las miradas puestas en el Reloj, esperando mis doce campanadas.
Os contaré que en el año 37 me encontré sola en la Plaza.
Las campanas de la Iglesia fueron arrojadas desde el campanario. Durante un tiempo pude ver a los niños jugando a esconderse dentro de Andrea, la campana gorda, pero después desaparecieron. En ese tiempo oscuro me instalaron en la torre una sirena que sonaba cuatro veces al día y un altavoz que transmitía los partes de guerra por la noche. Creí que nunca más volvería a ver las campanas, sin embargo, después de la guerra, en 1940, me llevé la sorpresa de que aquella vieja campana de 1772 fue recuperada, creo que en Puerto Lumbreras.
Desde aquí he visto crecer y cambiar la Iglesia desde sus inicios, en 1861, cuatro años antes de mi llegada. Al principio un modesto templo que fue transformándose a lo largo del pasado siglo. Se elevó la torre, se levantó la que hoy ocupo y se instaló el Sagrado Corazón de Jesús. Poco queda de aquella primitiva Iglesia.
En estos años también he visto cambiar mi Paseo, han arrancado árboles, los han vuelto a plantar y los han vuelto a arrancar. Menos mal que éstos últimos parece que van a durar, ya que los he visto crecer desde 1942. Frente a mis ojos ha pasado desde Adolfo Suárez a Manuel Fraga.
He visto casarse al torero “El caracol” en 1966, y he visto entrar a Estrellita Castro en la Iglesia para entregarle un ramo de flores al Cristo de las Campanas.
Las campanas de la Iglesia fueron arrojadas desde el campanario. Durante un tiempo pude ver a los niños jugando a esconderse dentro de Andrea, la campana gorda, pero después desaparecieron. En ese tiempo oscuro me instalaron en la torre una sirena que sonaba cuatro veces al día y un altavoz que transmitía los partes de guerra por la noche. Creí que nunca más volvería a ver las campanas, sin embargo, después de la guerra, en 1940, me llevé la sorpresa de que aquella vieja campana de 1772 fue recuperada, creo que en Puerto Lumbreras.
Desde aquí he visto crecer y cambiar la Iglesia desde sus inicios, en 1861, cuatro años antes de mi llegada. Al principio un modesto templo que fue transformándose a lo largo del pasado siglo. Se elevó la torre, se levantó la que hoy ocupo y se instaló el Sagrado Corazón de Jesús. Poco queda de aquella primitiva Iglesia.
En estos años también he visto cambiar mi Paseo, han arrancado árboles, los han vuelto a plantar y los han vuelto a arrancar. Menos mal que éstos últimos parece que van a durar, ya que los he visto crecer desde 1942. Frente a mis ojos ha pasado desde Adolfo Suárez a Manuel Fraga.
He visto casarse al torero “El caracol” en 1966, y he visto entrar a Estrellita Castro en la Iglesia para entregarle un ramo de flores al Cristo de las Campanas.
¡Cuántos recuerdos¡
Continuará...
Continuará...
Los datos y fechas incluidos en el relato son rigurosamente ciertos.
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