Fotografía aérea de Almoradí a finales de los 50
Luego, poco a poco, la mirada atenta irá descubriendo la Iglesia, sumergida a medias en la “zona verde” de la Plaza; el Hospital; el Teatro; etc. que inmediatamente se convertirán en otros tantos puntos cardinales de la geografía urbana para orientar definitiva y certeramente la búsqueda gozosa de las calles, de los edificios, de las viviendas incluso que nos son tan familiares y que constituyen el escenario de ese pequeño mundo de nuestra vida cotidiana.
El pueblo no tiene en sus aledaños, bien se aprecia, ni altozano ni puerto de mar, ni río siquiera –el Segura queda distante- que justifiquen convencionalmente su enclave geográfico. Nació de la propia huerta que lo cerca estrechamente, mejor diríamos, que lo invade sin remedio al prolongar hasta la entrada del caserío, sin solución de continuidad, la teoría verde de moreras, chopos y álamos –los hitos vegetales de la vega- que forman guardia de honor en las principales avenidas, poniendo un subrayado oscuro a lo largo y a lo ancho del paisaje geométrico de la población; que incluso en esto, en la rabiosa sumisión a la línea recta que es el trazado de sus calles, parece querer imitar el pueblo al puzzle cubista que semejan los bancales huertanos…
Así es Almoradí desde el cielo Para los extraños, un pueblo más de los muchos que esmaltan nuestra huerta. Para nosotros, para los almoradidenses, algo entrañable y único: eso que se llama “la Patria chica”.
Enrique Díaz, 1957
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