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Así vivían y morían los frailes del Convento de ALMORADÍ



Situación exacta del Convento sobrepuesto en el actual trazado.
El cementerio es la actual Cruz de los Caídos
Debo reconocer que me apasiona todo lo relativo al Convento de Mínimos que se mantuvo en nuestra localidad durante más de dos siglos. 
Recientemente encontré en el Archivo Histórico Nacional algunos de sus libros de propiedades y cuentas, y esto, me ha permitido descubrir detalles desconocidos hasta ahora.

Era una Orden mendicante, denominados en un principio “Ermitaños”, que se entregaba a los pobres a los que ayudaba con comidas y cosas de su huerta; pero pedían a los que tenían dinero, y lo sabían hacer bien, estando cerca de los enfermos y asistiéndoles espiritualmente, por lo que recibían importantes cantidades con el encargo de seguir rogando por su alma a través de oraciones y misas. Esto les permitió hacerse de un importante patrimonio.
Se caracterizaban por llevar un austero sistema de vida, en continua penitencia cuaresmal (ni siquiera comían carne), en oración, contemplación y silencio.

Vivían, y lo siguen haciendo, bajo fuertes reglas de “Obediencia, Castidad y Pobreza voluntaria”  que llevaban hasta el límite:   
“…No se atrevan a entrar en monasterios de monjas, a no ser en la iglesia y rejas existentes fuera de la clausura, y esto solamente por razón de predicación o por causa de pedir limosna. Durante la predicación, las monjas extiendan alguna cortina, de modo que a nadie vean excepto al predicador. Los mismos frailes no se prolonguen en largas conversaciones con las monjas sobre otras cosas que las ya dichas, ni permitan de ningún modo que mujer alguna entre en los conventos de esta Orden.”

Desde su construcción, en 1610, los frailes  eran enterrados en un lugar privilegiado, junto al Altar Mayor de la Iglesia, algo habitual entonces por encontrarse cerca de las reliquias sacras, en un Panteón “grande y claro”, cuyas paredes se encontraban llenas de sus cadáveres; y separadamente en una caja doble, se exponía al público el cuerpo de un Religioso Lego Mínimo que se decía falleció en 1699 y que se conservaba “entero, incorrupto y flexible en todas sus partes”.
Todos los que querían visitarlo podían hacerlo, puesto que se trataba de un prodigio digno de admiración y único en la comarca.

El problema de la salud e higiene, especialmente los fuertes olores, la paliaban usando inciensos, flores, pimienta y otros elementos.

Algunos de los que viven actualmente por el entorno del emplazamiento del Convento (calles San Francisco, 9 de octubre y Obispo Herrera)  me cuentan extrañados que durante las excavaciones para los forjados de los edificios aparecieron numerosos restos de huesos humanos, algo lógico, si tenemos en cuenta que fueron varias generaciones de frailes los allí enterrados...  




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1 comentario :

  1. Anónimo9:40 a. m.

    Mari Carmen Illescas:
    Me ha encantado la historia, yo no sabia lo del convento y menos donde estaba ubicado. Ahora se que la calle nueve de Octubre donde viven mis padres tiene historia.

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