Una ejecución a Garrote similar a la llevada a cabo en Cox |
Lo curioso es, que una vez detenidos y encerrados en la prisión provincial, tres de ellos lograron fugarse, por lo que la condena a la pena capital cayó en el más joven y único que no había logrado escapar.
Para su ejecución a garrote fue conducido en el tren correo desde Alicante a Callosa, en el furgón de cola y esposado de manos, escoltado por una compañía de Infantería.
En el mismo tren viajaba su verdugo, Hermenegildo, un hombre “moreno, bajo de estatura, con bigote y perilla, totalmente vestido de negro y una cartera de viaje cuya correa le cruzaba el pecho.”
Parece ser que al siniestro ejecutor nadie quiso alojarlo, ni siquiera el posadero del lugar, seguramente por la superstición que levantaba su siniestra figura enlutada.
Había sido sargento y estaba casado, siendo ésta su sexta ejecución, tres como suplente y tres en propiedad, agregando que no sentía absolutamente nada en las ejecuciones, que lo que sí le molestaba era que todo el mundo le negaba lo que pedía y lo despreciaban de una manera cruel.
Las últimas horas y la ejecución de Joaquín San Jaime quedó ampliamente documentada por la prensa de la época, especialmente por el enviado del “Diario de Orihuela” que dedicó las portadas de los días 22 y 23 de febrero de 1889 a aquél trágico suceso, del que hago un rsumen que vale la pena leer:
“El reo llegó a las siete de la noche a la cárcel de Cox escoltado por la Guardia Civil, donde después de cenar pasó la noche con gran tranquilidad y en un profundo sueño.
A las ocho de la mañana se presentó en la cárcel el Juzgado de Dolores para dar lectura de la sentencia, oyéndola el reo con la mayor tranquilidad y diciendo, una vez terminada la lectura:
-Lo único que siento es que no paguen la misma pena los otros compañeros.
A las cuatro de la tarde rezó el Rosario con el canónigo señor Zarandona, y una hora más tarde comió un mantecado y una copa de aguardiente.
A las nueve de la noche se le ofreció la cena, que consistió en sopa, de la que no tomó más de dos cucharadas, y cuatro chuletas de cerdo que comió con gran apetito; después se le sirvieron mantecados, naranjas y aguardiente.
Durante la comida estuvo jovial y alegre, mostrando gran tranquilidad:
-Si hubiera estado igual de bien alimentado como hoy, mañana subiría al patíbulo grueso y de buen color, pero con el rancho de las cárceles, he adelgazado contra mi voluntad.
Después abandonó su jovialidad y comenzó a lamentarse de la educación que había recibido diciendo: -Mi desgracia viene de mi mala educación; nunca se debe perdonar ninguna falta a los hijos, antes al contrario, es muy útil castigarlos para corregirlos, evitando que lleguen de ese modo a verse en la situación en que me encuentro.
Después quedaba el reo profundamente dormido hasta las cuatro de la madrugada, que fue despertado por el señor Canónigo.
Se confesó, escuchó el Sacrificio de la Misa y recibió la Sagrada Comunión.
A las siete y media de la mañana aparece en la Capilla su ejecutor; lleva en sus manos unas correas y le pide perdón al reo, quien contesta perdonándolo y dándose ambos un beso, a la vez que San Jaime dice: -Dios perdone al verdugo pues él no me mata.
Poco después, y dirigiéndose a los presentes, exclama:
-Tened misericordia de mis pobres hermanas…Desgraciadas.
Yo que era su único sostén voy a morir, y esos pobres ángeles van a quedar abandonados.
A las ocho y media se anuncia la salida. Dice que no quiere ir en carruaje, que irá a pie, de cuya idea se le hace desistir.
La comitiva se pone en marcha ocupando la tartana el reo, el verdugo, el sacerdote antes citado y el cura párroco de Cox. Siguiendo el carruaje iba una compañía de Infantería. Unos 400 metros separan la cárcel del patíbulo, por lo que el recorrido es breve.
Ya al pie del patíbulo el reo desciende y sube con pasmosa soltura y agilidad las gradas. Rodean el cadalso más de diez mil personas llegadas de toda la comarca.
El verdugo le invita a sentarse en el fatal banquillo, lo que hace inmediatamente. A seguida lo sujeta al aparato con fuerte ligadura y le ajusta la argolla al cuello.
Joaquín San Jaime continua tan sereno conversando con los religiosos. Después les dijo a los que lloraban que tuviesen valor como él lo tenía, y dirigiéndose a los soldados que rodean el patíbulo les exhortó a saber morir con valor por la patria como el moría por sus culpas en el cadalso.
Se ultiman los preparativos, inspeccionando el verdugo el buen juego de sus útiles y cubre la cara del condenado con un pañuelo. Un movimiento oscilatorio de la muchedumbre precede a un silencio profundo. Son las nueve y siete minutos.
El verdugo hace girar el fatídico artefacto; un rápido movimiento convulsivo responde en el reo al giro del aparato cuya manivela describe un círculo completo.
Después…nada.
Un cadáver, horrible patente de la satisfacción de la justicia humana; y un público divertido que se va por donde ha venido…”
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Todos desprecian al verdugo pero van 10.000 a ver la ejecución. Putos hipócritas...
ResponderEliminarTremendo.
ResponderEliminarNo hay que irse tan lejos en el tiempo para saber de las ejecuciones con garrote vil, ya que la prohibición de este modo de matar oficialmente se produjo no hace tantos años.
ResponderEliminarMuy buen artículo. Felicidades.
"escuchó el Sacrificio de la Misa" jojojjjj
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