Lo que vais a leer es un resumen de los artículos publicados los días 29, 30 y 31 de enero de dicho año.
En ellos, el periodista hace un trabajo totalmente partidista, dando por hecho la culpabilidad de todos ellos, sacando sus propias conclusiones y dejando a un lado la presunción de inocencia, aunque claro, se trata de unos hechos ocurridos hace cien años.
"El bello paisaje de esta Villa situada a la orilla izquierda del Segura, apacible y risueño, no dice al viajero que en aquél lugar de poesía puedan tener albergue seres perversos. Se me ruega por todos que el diario haga la campaña justa a que tiene derecho el pueblo de Almoradí para redimir su honrado nombre de esa vergüenza que hoy pesa sobre él, por la bárbara acción realizada por unos desdichados criminales de instintos feroces. Los vecinos tienen verdadero interés en que consigne que los autores no son de estos lugares.
Pascual Penalva era un tratante en ganados que gozaba en Almoradí de una reputación tan buena, como mala era la de su familia. Era hacendoso, honrado y persona formalísima.
Parece ser que el motivo que dio origen al crimen fue que Pascual le dio quince pesetas al menor de sus hijos, llamado Manuel, para que fuera a pagar unas garbas de hojarasca de olivo, pasto que daba a las cabras siempre que escasea la hierba. Manuel tenía en su poder una moneda de dos pesetas falsa y al hacer el pago la cambió por otra pieza buena de las que su padre le diera.
Al recibir el acreedor el dinero observó la falsedad de la moneda y fue a ver a Pascual dándole cuenta de lo ocurrido.
Pascual, convencido de que era una picardía de su hijo, lo buscó y le recriminó, obligándole a devolverle al reclamante el dinero, confesarse autor y a pedirle perdón.
El rapaz se insolventó y el padre se vio obligado a darle dos bofetadas.
Y éste le retó, diciéndole:
-Le prometo que no me pegará usted más.
En la noche del domingo 21 de enero (1912) cenaron todos sosegadamente, el padre, la madre, los dos hijos varones Pascual y Manuel y la hija Rosario. Acabó el yantar y el padre salió de casa marchando al Casino. En el hogar quedaron las cuatro restantes personas siniestras que en este drama repugnante tan grave intervención tienen.
Allí permanecieron hasta el regreso del padre que tardó mucho tiempo, como verá el que siga leyendo este repugnante relato triste.
La conferencia debió ser siniestra, y en ella se acordó la realización del delito. Como a las diez, entró la hermana menor, Dolores Penalva, que estaba sirviendo en casa del juez municipal don Enrique Galí y que pernoctaba en la casa paterna.
-Vamos a matar al padre, ¿tú quieres que le matemos?
La chicuela respondió con no menor tranquilidad que sus hermanos:
-A mí también me ha pegado alguna vez, haced lo que queráis.
Llegó el padre a su domicilio y le extraño ver a todos juntos en la chimenea tan tarde. Dio las buenas noches y se dispuso a acostar. Se despojó de la camisa, se quitó los pantalones…
Fuera, todos esperaban impacientes el momento de la agresión.
La madre, Loreto, se impacientaba:
-¿Qué esperáis que no vais ya? Mirad que se va a acostar y entonces ya no vais a poder matarlo.
El hijo mayor Pascual cogió a su hermano menor, Manuel, armó su mano y le dijo:
-Ve tu delante y yo iré detrás.
En ese momento estaba descalzándose las alpargatas y estaba sentado de espaldas a la puerta de entrada. El chiquillo cautelosamente se acercó a su padre y le asestó un terrible hachazo en la cabeza.
Caía ensangrentado éste sin ventura, cuando Pascual con la enorme cuchilla de descuartizar las reses, se tiraba sobre el herido dándole una cuchillada feroz en el rostro. Los dos hermanos, ciegos, furiosos, siguieron su trágica faena.
Entró la madre en el cuarto llevando una luz en la mano, con ella iban sus hijas.
-Mirad que aún está vivo. Rematadlo.
-¿Qué está vivo? No ve que se le han salido los sesos por un “lao”.
Sin perder un minuto llevaron el cadáver al patio y removieron la tierra de la fosa ya abierta.
Metieron en el hoyo el cuerpo del padre muerto y no cabía. La zanja era pequeña y no era cosa de perder tiempo agrandándola. Intentaron de varios modos “empotrar” en el hoyo aquellos restos humanos sangrantes. Todo inútil. El cuerpo tenía una pierna en flexión y la otra rígida, y esa rigidez impedía la operación. El hijo mayor no se inmutó y pidió el hacha. Se la trajeron y con dos certeros golpes separó del tobillo el pie que molestaba para poder realizar el enterramiento.
Los cinco asesinos entraron en la casa, se lavaron y limpiaron las manchas de sangre, y arrojaron las aguas sucias empleadas en esas operaciones sobre el cadáver. Inmediatamente cubrieron la fosa con tierra, basuras y los residuos del pasto de las cabras.
Desde entonces todas las sucias necesidades fisiológicas las realizaba la familia sobre el sitio donde quedó enterrado Pascual Penalva.
Tres horas después de realizado el parricidio, la hija mayor Rosario, en una de las acequias de las cercanías, lavaba las ropas ensangrentadas de los protagonistas de la tragedia. Se pusieron a secar y el lunes volvían a vestir los mismos trajes.
CONTINUARÁ CON LA INVESTIGACIÓN Y EL JUICIO...
(Extraído de SUCESOS DE ALMORADÍ)
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