No creer que la tragedia del terremoto llevó a todo el país
a volcarse en ayudas y parabienes de una manera inmediata.
Nada más lejos.
Hablamos del siglo XIX, concretamente del 21 de marzo de 1829, y ni existían unidades de
emergencia, ni protección civil, ni hospitales de campaña.
Imaginar por un momento a los supervivientes buscando entre
los escombros a sus familiares, sacando los cadáveres, más de doscientos, y llevándolos
en improvisadas camillas hasta las fosas comunes del
cementerio, hoy sede de la Junta Mayor
de Semana Santa.
Nadie les ayudó en las horas inmediatas a la catástrofe, ni al día siguiente, domingo 22, ni
seguramente lo habría hecho nadie de no ser por el Obispo Félix Herrero
Valverde, quien el lunes 23 fue el único que se dirigió a Almoradí.
Esta es la descripción de lo
que allí encontró: “Había centenares de desgraciados regando aquellos escombros
con sus lágrimas, buscando los cadáveres de sus padres, de sus hijos, de sus
parientes y amigos. Un anciano pudo decirme entre sollozos:
-señor Obispo,
¡ocho hijos tengo sepultados entre estas ruinas! No había cirujano, ni botica,
ni aún tampoco con qué curar, así que los reuní en determinado sitio, y
pudieron reunirse hasta 31, fracturadas las piernas y brazos y algunos en peor
estado, y oficié a las autoridades para que me enviasen hombres, pan y otros víveres,
y al mediodía vi caminar hacia el hospital de Orihuela a los heridos, unos en
carros y otros en hombros de 120 hombres.”
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