La viruela era una grave enfermedad, muy contagiosa, y que en algunos casos producía la muerte. La única manera de prevención que existía era la vacunación, y hablo en pasado, ya que ésta se erradicó completamente en los años 70 del pasado siglo.
La vacuna ya existía a principios del XIX y ésta era administrada en las escuelas, normalmente pagadas por las juntas de sanidad locales. Era una obligatoriedad en todo el Reino de Valencia, aunque no siempre se cumplía.
Así ocurrió en nuestra localidad en el año 1850.
Una niña, Soledad Prieto, contrajo ésta enfermedad que desató el pánico entre nuestros vecinos y la propia Junta de Sanidad. Un pueblo que había vivido continuos episodios de epidemias no estaba dispuesto a pasar por un nuevo capítulo de contagios, así que tomaron una decisión:
tanto la niña como toda la familia fue conducida hasta una barraca aislada en la huerta de la Eralta, y allí se les mantuvo incomunicados durante veinte días, concretamente desde el 20 de septiembre hasta el 12 de octubre.
Durante todo el tiempo que estuvieron encerrados sólo una persona, José Pascual, se encargó de llevarles comida y de vigilar que nadie pudiese acercarse hasta la barraca.
Enterada la Junta Provincial de Sanidad se declaró cruel e improcedente la medida ejecutada por orden del Alcalde, Mariano Girona, y éste fue amonestado desde el Gobierno Civil. A partir de entonces nuestro Ayuntamiento vacunó a todos los niños, incluido los pobres, contra las llamadas entonces “viruelas naturales”.
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