De pura casualidad.
Simplemente la encontré rebuscando en una caja metálica donde mi madre guardaba viejas fotos.
Hacía diez años que ella murió y mi hermana, la mayor, me pidió que buscase algún retrato de ella, una manera de guardar su memoria.
Ya se sabe, el tiempo va borrando todos los recuerdos, incluso el rostro de tu madre.
Allí estaba ella, junto a un grupo de amigos y cogida de la mano de alguien que no era mi padre.
El retrato estaba hecho delante de la Iglesia y debía ser en la Feria por lo arreglado que se veía el Paseo. Reconozco que al principio no le hice caso y la eché al montón de fotografías, sin embargo, al momento me arrepentí y volví a cogerla.
¿Quién sería? La curiosidad me hizo fijarme atentamente en la imagen. Detrás un sello, foto Villalba-Almoradí, y una fecha, 1934.
Mi madre tendría trece años y el joven que le acompañaba, vestido de músico, algunos más.
Se la enseñé a mi hermana y le pregunté si podía tener alguna idea de quien podía ser.
-Bueno, me dijo, cuando mamá estuvo tantas semanas en el hospital antes de morir, acuérdate que me quedaba con ella todas las noches, me contó algo de un novio que tuvo y que se murió en la guerra. Pero eso fue antes de conocer a papá. Me dijo que era de Callosa y que se llamaba Juan. Eso fue lo único que me contó.
La Banda de Callosa, que tocó en nuestro pueblo, en 1934.
Olvidé por completo la fotografía junto a aquella conversación hasta que hace unos meses, otra vez la casualidad, me hizo encontrar otra vieja caja. Esta vez estaba escondida en el cielo raso de la casa que aún tenemos en la huerta, muy cerca de El
Saladar y donde hemos vivido hasta que nos fuimos casando. Está prácticamente en ruinas, ya que era de mi abuela (los padres de mi madre).
Han entrado a robar tantas veces que ya no dejamos ni la azada.
Me sorprendió encontrarla allí arriba, escondida y atada con un cordel. Al abrirla sólo encontré dos cuartillas de lo que parecía una carta muy antigua escrita a mano. Nada más, ni siquiera un sobre.
No podía esperar a llegar a casa, así que me senté debajo de “mi” morera, la misma en la que me he sentado con mi madre desde niño, y me dispuse a leerla.
Querida Remedios:
Te escribo estas líneas hoy, veintinueve de noviembre de 1942, con la esperanza de que las recibas y sepas que estoy vivo. Hace casi cuatro años que no te veo, y sólo deseo que estés bien y sigas esperándome, como
prometiste. Yo lo estoy pasando muy mal. A veces me miro en el espejo y no puedo creer que este saco de huesos de apenas cincuenta kilos sea yo. Paso mucha
hambre, pero es el frío, que se mete en los huesos, el que más me hace sufrir.
El mismo frío que pasé en febrero de hace tres años, cuando crucé los pirineos descalzo y casi sin ropa, pensando que nos habíamos librado, por fin, de la maldita guerra. Nada que ver con el que pasaba rompiendo el hielo de la balsa para sacar el cáñamo, porque, aunque me calaba hasta la cintura, al final de la jornada, mi madre me esperaba con ropa seca y un caldo bien caliente.
¡Cuánto hecho de menos el caldo caliente de mi madre!. Nos trajeron a “Le Barcarès” y después, casi sin darme cuenta, otra vez me vi metido en una guerra que no iba conmigo. Al final me trajeron aquí, a Mauthausen, donde
cada día tenía que subir diez ó doce veces una maldita escalera de 186 peldaños, ciento ochenta y seis, cargado a la espalda con unas pesadas piedras de la cantera de granito. Y digo “tenía” porque desde hace un par de
meses ha cambiado mi suerte. Si te escribo estas líneas es porque ahora me dejan unas horas libres antes de los ensayos de la banda que se ha creado en el campo. “El banderillero” (así llamamos al médico) ha organizado una ridícula banda, de algo tenía que servirme ser músico, para tocar cuando algún oficial importante nos visita. Somos veinte “patéticos” músicos, que no tenemos fuerzas ni para tocar la flauta.
Estoy convencido de que muy pronto los alemanes perderán la guerra y podré estar contigo, y volver a tu Feria para tocar el día de los “Santicos”
Te quiere, Juan
Existe un listado de los deportados españoles a los campos de concentración nazis y allí busqué su nombre. Primero busqué por Almoradí, aparecían dos nombres, y los dos liberados el 5 de mayo de 1945, pero ninguno se llamaba Juan. Después caí en la
cuenta de que mi hermana me había dicho que era de Callosa. En el listado aparecía Juan Lorenzo, nacido en Callosa del Segura el 18 de marzo de 1918, junto a un número de prisionero aparecía la fecha de deportación, 27-01-1941 y un “liberado” junto a la
misma fecha de los de Almoradí.
Finalmente había sobrevivido a Mauthausen.
Llegó mi madre a saberlo?
Prisioneros españoles el día de la liberación.
Desde hace tres años, desde que le cortaron la pierna, suelo dar un paseo los sábados por la mañana hasta la residencia y hacerle una visita a mi padre. Se ha convertido en una rutina, suelo recogerlo en su silla de ruedas y damos una vuelta por el mercado.
Nos sentamos en la terraza de una de las cafeterías de la calle Mayor y tomamos un cortado, en realidad un carajillo.
Después volvemos a la residencia y nos despedimos hasta el sábado siguiente. Tiene ochenta y seis años y una cabeza, que a veces funciona y otras no. Mis hermanas no querían llevarlo allí, pero finalmente nos dimos cuenta de que era lo mejor.
Hoy era uno de aquellos días en los que la cabeza le funcionaba y era capaz de mantener una conversación, así que, era el momento de saber si él conocía la existencia de aquel novio de mamá.
Sin pensarlo, lo solté:
-Papá, tú conocías a un músico de Callosa que se murió en la guerra y que se llamaba Juan?
El gesto de su cara cambió bruscamente,
-¿De qué lo conoces tú? Me preguntó.
-La nena me contó que mamá se lo nombró en el hospital….(no quise decirle nada de la carta y de que fue liberado)
-Sí, le conocí, sólo le vi una vez en mi vida, y no se murió en la guerra…..lo maté yo.
-¿Cómo? Ahora era yo el que no podía creer lo que escuchaba.
-Déjame contarte, ahora ya poco me importa que lo sepas. Acabada la guerra conocí a tu madre y me enamoré de ella. Me contó lo de un novio que tuvo y que tenía que esperarlo.
Yo sé lo quité de la cabeza, ¿cómo iba a volver después de tantos años?, ¿después de la otra guerra que le tocó con los franceses?. Me enseñó una carta donde decía que estaba vivo, pero finalmente la convencí para que la rompiera y se casara conmigo.
Una mañana de noviembre, cortando las primeras alcachofas del invierno, sería el año 47 ó 48, apareció por la “verea” un hombre muy delgado que me dio los buenos días y me preguntó si en aquella casa vivía “ La Remedios ”.
-Si, ¿porqué? Le pregunté.
Me dio cuentas de todo, como si no tuviera ninguna prisa, estuvo contándome porqué y para quien estaba allí, de lo mucho que había esperado aquél momento, de lo que había sufrido, de que ni siquiera había llegado a casa de sus padres, que sólo quería ver y abrazar a Remedios. Me contó de su largo viaje de regreso y cómo había llegado hasta la Estación y preguntado donde vivía ella.
Empezaba a avanzar por el camino hacia la casa, ¿cómo iba a dejarlo llegar?, ¿como iba a permitir que la viese embarazada de tu hermana mayor?, ¿como iba a quererme estando él por allí?.
Sólo llevaba la navaja de cortar las alcachofas, ya sabes, la que aun conservo después de tantos años, así que me fui a por él…
Hubiera querido que todo hubiese ocurrido en silencio, en secreto…pero sus gritos la alertaron y la hicieron venir para verlo tendido en el suelo desangrándose….
Fue tu madre la que me dijo que lo enterrase, que nadie debía enterarse, que de todas formas ya ni se acordaba de él.
Lo enterré junto a la casa y planté unas moreras que con el tiempo se fueron secando, quizá por estar muy cerca unas de otras, el caso es que sólo quedó la que tú conoces, en la que de pequeño tu madre te “angrunsaba”.
Después naciste tú y más tarde tu hermana pequeña, y nunca más hablamos de aquello, de hecho, nunca más volvimos a hablarnos más de cuatro palabras seguidas..
Como si hubiese estado esperando a contármelo, a partir de aquel día ya no volvió a tener la cabeza “buena”. Lo vi apagarse cada sábado de mercado hasta que, finalmente, murió.
La memoria, a veces, nos juega unas malas pasadas. Hasta el momento en el que me senté en el tanatorio y empecé a recibir los pésames nunca había recordado aquel instante de mi niñez.
Tenía siete, ocho, puede que nueve años y venía de regreso del colegio.
Mamá estaba sentada debajo de la morera, donde casi siempre estaba, pero esta vez lloraba desconsolada con algo en sus manos. Entonces no sabía lo que llevaba, pero ahora veo claramente la imagen del Perpetuo Socorro en su mano derecha.
Intentó disimular cuando me acerqué, pero yo le pregunté -¿por qué lloras?
-Estoy rezando, para que la Virgen me perdone algún día, por lo mala que he sido.
Yo la abrazé, al tiempo que le decía, -Pero si eres la mamá mas buena del mundo.
-Sí, cariño, la más buena del mundo…
De su mano izquierda cayeron dos hojas escritas que intenté coger del suelo, pero ella no me dejó hacerlo…
2ª PARTE AQUÍ
RELATO PUBLICADO EN EL LIBRO "SUCESOS DE ALMORADI"
(Accésit Certamen Literario Antonio Sequeros 2009)
una historia estupenda y muy bien situada,felicidades
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