Desde El Saladar
Desde la Campaneta
desde El Hondo
desde Las Salinas de Torrevieja
Azul o cárdena o gris, según la hora del día, así se yergue, como un coloso de granito, en medio de la llanura, la sierra de Callosa. Su mole inmensa domina toda la huerta, como ingente monolito, hincado sobre la extensa planicie: como testigo permanente de los siglos.
La sierra de Callosa es, también, como el Segura, un símbolo de la huerta. Rivaliza con el río en personalidad; y, si éste es el signo propicio y fecundante de la región, ella es límite y muradal y defensa contra la estepa.
Nada tan destacado y, a la vez, tan personal en los dominios del Segura, cerrados al Norte y al Sur por líneas onduladas de montaña. Ella se presenta aislada, desconectada de las otras montañas que van hacia el mar como jalones terminales de la Penibética. Rompe la continuidad con sus compañeras, huyendo de los campos desolados, para proyectar su sombra protectora sobre la rica vega. Así, los vientos gélidos del Norte chocan con su mole y no entran en la huerta; y, si la nube, tormentosa y amenazante, viene con mal humor y peores intenciones, hacia el llano, ella ofrece sus dentadas aristas, partiéndola en jirones inofensivos.
Parece esta sierra un imponente festón de llanuras. Arranca de ella sin elevaciones previas, sin escalones o terrazas precursoras. Es como un pellizco dado a la huerta por las fuerzas naturales que intervinieron en la constitución telúrica de este rincón peninsular. Desde cualquier parte de la huerta se la puede contemplar, casi en su totalidad. Y aún desde el mar se la ve, clara y rotunda, sirviendo de orientación y referencia a los marineros que pasan mirando la costa.
Lo más singular de esta cresta alpina, quizá de origen terciario, es que empina su esbeltez serrana entre rumorosos bosques de palmeras, que sirven de fresca caricia a su granítica y cárdena desnudez. Y, a su vera, varios pueblos, morunos y blancos _Redován, Callosa,Cox-, como empotrados en sus faldas aristosas, se asoman, en ansia contemplativa y anhelante, hacia la alfombra esmeralda tendida a sus pies. Son como nidos humanos, audaces y febriles, que atisban, desde su roqueña atalaya, la fabulosa riqueza de los otros pueblos huertanos, quizá, faltos de espíritu emprendedor y aventurero que ellos poseen.
Antonio Sequeros en “Teoría de la huerta” (editado en la Imprenta Alonso en 1956)
Bonita entrada. Saludos Desde Madrid.
ResponderEliminarAlmoradidenses ausentes!!